sábado, 12 de junio de 2010

EL ESPOLON EN SUDAFRICA II


Mañana en la autopista
El desayuno se tiró un par de paredes cuando empezaron a aparecer, con tremendas caras de dormidos y despeinados, personajes como Fernando Bravo, Chiche Gelblung (con un humor de perros) Matías Martin, El Cholo Castañon y algunos otros más, casi todos periodistas, que andan deambulando por el hotel.
La cosa sigue brava con los tiempos acá, no sé qué les pasa a estos tipos que tardan cinco veces más que nosotros para todo. Cualquier cosa que uno pida, así sea un mapa, merece una reunión entre dos o tres personas, una discusión pausada, una votación, una conclusión, y recién ahí se da trámite al asunto.
Empezamos a entender que esta es realmente una ciudad difícil. Los puntos turísticos son pocos y están muy dispersos, todo se comunica por una especie de Autopista Richieri, menos urbana todavía, siempre colapsada, con fábricas a los costados y un poco más de profundidad de paisaje, pero lean bien: “no existe el transporte público”, es decir, nadie puede tomarse por su cuenta el bondi número tanto que lleva a tal lugar, no existen, salvo los buses de las empresas turísticas; no hay subtes y los taxis no se pueden tomar, son de los “negros” y son sumamente peligrosos. Un taxi no te para si no le haces una de las señas determinadas para cada destino, y si te equivocas de seña, tus órganos pueden terminar en el cuerpo de algún japonés con plata o en una churrasquera. Johannesburgo es indescifrable, al menos en nuestro segundo día.
Nos pidieron anoche que 9:20 hs. ya estemos desayunados y en condiciones de salir. La consigna era una excursión a Soweto, el barrio negro por excelencia. Y ahí estábamos a horario como buenos chicos. Entre vuvuzelas y flautas salimos a las 10.00 hs. en una combi comandada por un argentino.
Es conveniente comentar algo sobre el tránsito: El volante está del lado contrario al nuestro (el derecho), los carriles lento y rápido de las autopistas son al revés que en Argentina y hay una constante sensación de que vas en contramano y en cualquier momento se te clava un Scania en la frente. Las señales de tránsito son otras y no se entienden; los semáforos muchas veces están en rojo y se puede avanzar igual, o viceversa.
Cuestión que este buen argentino, al mando de nuestra combi, tenía que hacer tres kilómetros para acercarnos al contingente de la excursión, y siguiendo las órdenes de un GPS que se volvió loco, nos tuvo paseando una hora y media en un karma circular que tres veces seguidas nos depositó en el aeropuerto.
Pudimos salir gracias a que un suipachense descifró el verdadero camino desafiando a la voz gallega del GPS y a la caradurez del compatriota, que de paso se dejó un espejo en el camino cuando le pasó finito a una columna.
Lo mejor hasta ahora, lejos, es la gente de Sudáfrica. Tengo la sensación de que nos miran de reojo como quien cuida a las visitas que llegan a casa, para ver cómo la están pasando; miran nuestras caras cuando probamos la comida; cuando abrimos los ojos enormes al admirar su fiesta, que parece un carnaval brasilero; nos arengan para que sepamos que también es nuestra fiesta. Todos y todas con su camiseta amarilla y su vuvuzela en mano nos aturden de alegría. Hoy de la nada, en la calle, un viejito, con una ternura increíble, me tocó el hombro y me preguntó sonriente: ¿are you happy? Casi se me caen las lágrimas de la emoción; terminamos abrazados saltando y gritando “Bafana, Bafana”. Vas caminando por cualquier lado y de repente se te acerca un grupo embanderado de cualquier color, cantando, y todo termina en una fraternidad cosmopolita y amistosa.
Lo de la excursión a Soweto fue impresentable. Eran las 12.00 hs. y ya llevábamos dos horas y media viendo autopistas hasta que, nadie sabe cómo ni por qué, el coordinador, después de llamados telefónicos y transpiraciones varias, nos indicó que en realidad estábamos yendo a Gold Reef (una mina de oro). Para rematarla, en medio de todo ese cacheteo, aparecimos en la puerta de un parque de diversiones y nos invitaban a entrar. Hubo un piquete casi unánime con voces que decían: eh!! Yo te pagué quince mil dólares para que me traigan a un parque de mierda???? Para eso me voy al Tigre por veinte pesos!!!
A las 13.00 hs., después de comerse puteadas en todos los idiomas, el guía, que a esta altura tenía angustia y stress para dos meses de terapia, decidió mandarnos con tarde libre al Sandton City, un centro comercial enorme y lujoso, en la parte blanca y rica de la ciudad. Ahí, todos coincidimos, empezó el mundial. Pero eso en el próximo reporte.

Gerardo César Augusto Simonet -Corresponsal del Espolón del gallo en Sudáfrica-

No hay comentarios: